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UNA CARTA DE AMOR A MIS FISIOTERAPEUTAS

Para mejorar algunas enfermedades y serias lesiones se requiere dedicarle el mismo tiempo y esfuerzo como lo haría con un trabajo. Esto es especialmente cierto en mí caso en cuanto a mi lucha contra la EM. La esclerosis múltiple es una enfermedad insidiosa e inconstante ya que me mantiene adivinando cómo me recordará que acecha dentro de mi. He buscado aprender cómo funciona y reacciona mi cuerpo a los estímulos y dedicar horas a conseguir mis objetivos.

Como con cualquier trabajo, es importante tener un buen jefe o entrenador que brinda liderazgo y supervisión. En mi caso, los fisioterapeutas cumplen este rol. Como paciente profesional, un título de trabajo que yo sola me otorgue, he encontrado tres cualidades importantes en un gran fisioterapeuta que me ayudan a obtener el mayor beneficio de mis sesiones.

● No me preguntan si puedo hacer algo. En cambio, mis terapeutas trabajan asumiendo que puedo y luego pasan semanas, a veces meses, haciéndome creerlo. La actitud de si se puede se basa en su conocimiento de la anatomía, la experiencia y la confianza. Mi papel es escuchar, aprender y practicar. ¡Practicar mucho! He aprendido que mis obligaciones en el proceso de rehabilitación son tan importantes como las de ellos, si no es que más. Los ejercicios que me enseñan ayudan a reeducar mi cuerpo para que los siga y eventualmente tome el control. He descubierto que con tiempo, consistencia y mucha paciencia, los movimientos que inicialmente me parecen extraños pueden replicarse voluntariamente.

● Me han enseñado a centrarme en lo que puedo hacer, no en lo que no puedo. En mi caso, el progreso es un esfuerzo concentrado que empieza por mejorar las funciones individuales que conforman un sistema complejo. Es fácil sentirme abrumada por el arduo trabajo que se necesita para recuperar el movimiento en un músculo específico, y más aún una extremidad completa. Para disminuir mis dudas y frustraciones, trabajamos juntos para enfocarnos en movimientos individuales que, después de un tiempo, se asemejan a una función más normal.

● Celebramos las pequeñas victorias juntos. Los terapeutas siempre están listos para animarme. Desde el primer temblor que sentí en los dedos de los pies hasta que pude activar los cuádriceps, isquiotibiales y glúteos. Finalmente sintiendo la planta del pie hundirse en la pelota y logrando que se aleje de mi cuerpo.

En los días en que me presento a la terapia armada con una letanía de justificaciones de por qué mis músculos están demasiado cansados para trabajar, mi terapeuta ignora suavemente mis excusas y de todos modos logra resultados positivos siempre ayudarme a salir sintiéndome mejor que cuando llegué.

Después de años de terapia he aprendido que el camino hacia la recuperación es largo e incierto. Soy impulsada hacia adelante gracias a logros importantes que he alcanzado en el camino. El inmenso orgullo que siento de poder replicar ejercicios en casa por mi cuenta para aliviar el dolor y la rigidez. O la alegría que siento cuando mis piernas que llevan mucho tiempo desconectadas, reciban una orden de mi cerebro y lo obedezcan. En estos momentos escucho la voz de mi terapeuta en mi cabeza guiando mis acciones, recordándome de respirar y sobre todo de tenerme paciencia y respeto durante el proceso de sanación.